Prefacio
Podía ver el reflejo de mi semblante en el espejo. La zozobra que mis ojos detonaban era más fuerte que el temor que los incesantes y apurados latidos de mi corazón dejaban entrever. Todos los que conformábamos el círculo allí nos encontrábamos cogidos de la mano, sin saber exactamente qué esperar. Aparté la vista de mi misma por un segundo y la fijé en los otros ocho individuos que en el asunto me acompañaban. Algunos de ellos estaban tomándose de las manos nuevamente después de haberlas dejado ir por el pánico que los asediaba. Ninguno se atrevía a posar su mirada más de unos instantes en el espejo que al frente se encontraba. Aun así sabíamos que eventualmente tendríamos que hacerlo, ya que, a pesar del terror que sentíamos hacia lo desconocido, todos estábamos ahí buscando lo que por largo tiempo habíamos esperado encontrar: respuestas.
No llegué a percibir ninguna presencia en la estancia, ninguna sensación. Tampoco apareció ante mi una visión. Solo nosotros enfrentándonos al enigma. Unidos por una fuerta amistad, conectados por un gran secreto. Pero a mi pesar refleccioné que para mi no era suficiente. Necesitaba su consuelo, su invisible y cálido roce, la confianza que él me proporcionaba, el amor que cada uno de mis poros expulsaba cuando con él estaba, y sobre todo, el poder saber que todo estaría bien. Lo necesitaba a él. Miré a ambos lados, notando que ahora formábamos una larga y recta línea que atravesaba la habitación. Una línea. Sonreí levemente, tal vez no éramos un círculo después de todo.
Era la hora de la verdad, de repente todos lo supimos. Algo en el tenso e inquietante ambiente fue ligeramente alterado, de la misma manera en la que todos nosotros habíamos cambiado drásticamente durante poco más de un año. Nuestras miradas se cruzaron. Solté un pesado suspiro casi sin darme cuenta. Todos esperábamos que alguien hablase, pero no era necesario. De un momento a otro todos observamos fijamente el espejo, el cual era lo suficientemente extenso como para que todos y cada uno de nosotros se viese a si mismo. Pero claro estaba, eso no era lo que queríamos ver.
-¿Lista? -susurró Lawrence en mi oído izquierdo. Yo solo asentí. Él a su vez giró su rostro hacia el frente, seguido por mi.
Tiempo. No sé cuánto tiempo pasó. Hubiesen podido ser horas, o quizá solo fueron unos pocos minutos. Al principio todo era igual, las caras de mis amigos se reflejaban en el objeto con expresión ausente e incluso horrorizada. Hasta las facciones de Louise, que siempre demostraban calma y control, se veían alteradas por una mueca que no supe reconocer.
"No puedo" pensaba. Tenía miedo y era extremadamente difícil admitirlo. No era capaz de admirar mi propio rostro. Tenía miedo de ver la verdad y así mismo de no hacerlo.
Reuní el valor necesario para dirigir mis ojos hacia al frente. En un principio, lo único que podía observar era a mi. Analicé mis suaves rasgos, mis grandes esferas de visión, azules cual zafiro, y el ondulado cabello negro azabache que me llegaba un poco más arriba de los codos. Esas facciones son "como las de mi madre", o por lo menos eso es lo que todos dicen cuando me ven y lo que intento recordar cada vez que me sorprende mi propio reflejo. Me pregunté entonces si ella hubiese estado de acuerdo con mis decisiones, con mis amigos, con mi forma de ser. Sabía que responderme a mi misma esa cuestión nada cambiaría, pero en ese momento hubiese deseado que sí, con toda mi alma. Mientras esos pensamientos se arremolinaban en mi cabeza y empezaba a distanciarme de aquel lugar -o puede que a concentrarme más-, pude evidenciar que de tanto ver mi reflejo, éste a su vez estaba transfigurándose poco a poco. Estaba conviertiéndome en lo que por mucho tiempo había ansiado ver. En el espejo mi boca se iba abriendo con movimientos lentos hasta transformarse en una mueca brusca y desmesurada. Luego ésta fue desapareciendo, seguida por mis ojos y mi cuello. ¿Qué significaba? ¿Qué era lo que ellos querían mostrarme? Por el rabillo del ojo pude advertir que los reflejos de mis amigos estaban sufriendo también una metamorfosis, solo que diferente a la mía.
Y la misma cuestión seguía rondando mi mente: ¿Qué exactamente estábamos esperando ver? Pero aun más importante, ¿Qué era lo que veríamos a continuación?
Cerré los ojos de nuevo incapaz de atisbar lo que se avecinaba, ni siquiera de imaginarlo. Sentía un absurdo horror de no ver lo que esperaba con una sensación de presión sobre mi pecho ya hiperventilado. Y entonces comencé a repasar mentalmente cada detalle, cada suceso, cada error y tropiezo de la historia, mi historia. Y sin poder evitarlo, sin ignorar lo que en mi entorno estaba pasando, dejé salir la pregunta que hasta ese momento me había estado atormentando:
¿Había verdaderamente, valido todo la pena?
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